Estábamos muy juntos, tan juntos, que al principio nos costó un poco saber en qué posición debíamos acomodar nuestros cuerpos para que todo fuera más placentero, y como ocurre siempre en las situaciones más íntimas, fueron el amor y la delicadeza los que propiciaron que cada uno se encontrara cómodo en la cercanía de la carnalidad no propia, es decir, ajena y fue así como, en el abandono, pudimos empezar a gozar en aquella Nit que nos aseguraba sorpresas potentes. Piensen ustedes que aunque pueda dar la sensación de que soy una mujer versada en estos asuntos, sucedía que era mi primera vez… en el Astrolabi. No tengo ni idea de cómo funcionan estas cosas y mucho menos un astrolabi pero sé que se usó durante mucho tiempo para localizar estrellas y observar sus movimientos y como no va con pilas ni conectado a la corriente puede seguir funcionando hoy en día a pesar de su desuso. Pues bien, El Astrolabi funcionó, buscó y encontró en el universo de MuntdeMots a seis de sus estrellas más brillantes:. Iztiar Rekalde, Ferrán Martín, Rubén Martinez Santana, Anolis Annelore, Pablo Albo y Boni Onogo apareciendo uno tras otro, ofrecidos a nuestros ojos, a nuestras orejas, y a nuestras glándulas salivares a poco menos de un estirar del brazo por Alicia Molina e Inés Macpherson. Las estrellas empezaron a contar cuentos y ante mis ojos ocurrió el milagro que, por primera vez,- ¡también¡ – verifiqué que lo que había leído en los libros de ciencias naturales era rigurosamente cierto: ¡que las estrellas brillan con luz propia¡ ergo, que cada una narra con su propia voz pudiendo llegar su fuerza a una luminosidad de gigante, gigante luminosa, supergigante e hipergigante. En las narraciones de aquella noche había equilibrio, gravedad, fuerza, energía y brillo y todo, absolutamente todo, salía de unas laringes y de unos cerebros que se complementaban con unas manos y unos ojos y de trucos tales como la autenticidad y de otros gestos corporales… El tiempo y las cervezas iban pasando y gravitaban por encima de las cabezas propias y ajenas, juraría que, por un momento, vi a las seis estrellas colocadas de tal manera que uniendo sus seis puntos podía formarse una gran M gigante como una constelación de nuestro universo imaginario. Y volví a casa paseando. En el horizonte brillaba la gibosa creciente y la brisa de un agradable otoño me transportaba las historias recién escuchadas como si fuera mi particular lacayo, por el camino me acompañaba Antonio y sus monederos, Salomón y la Reina de Saba, el cuento que no se enteraba de nada, el rey cojo y su corte de falsos cojos, los niños meones de la calle Cuesta y por supuesto…, el elá, que no me lo podía sacar de la cabeza.

Si fumara…, ese habría sido el momento de encender el cigarrillo.

 

Àngels Aisa

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